Hoy mi
cielo es etéreo,
Mi
interior escupe al exterior, y la soledad fecunda.
Mi boca
calla y mi mano habla,
Hoy me
desnudo ante mis prejuicios,
Hoy arropo
mis temores e imploro antiguos amores.
Es muy fácil
relatar lo externo, criticarlo y objetivarlo de cierta forma, pero al momento
de encontrarme frente a la hoja con una sola misión; yo desnuda ante mis
juicios, lo claro se vuelve oscuro, y lo simple inentendible.
A diario me veo
envuelta en una gigantesca casa de muñecas, de altas puertas e impenetrables
ventanas, ella me acorrala, me jala por los pies y ata mi niñez. Comenzar a
emprender un vuelo digno de altas aves siendo un pichón anhelando el nido, el
retorno cálido y eterno.
La sensibilidad
y el cielo de hoy no combinan, no cruzan sus caminos ni se prestan atención, no
se desean, ni siquiera cual romance clandestino que destila pasión a una hora
secreta, escogida por ocultos autores.
La amabilidad es
de otro cielo, abriga otras molleras, en otros tiempos.
Dejar que la
extrema indiferencia toque tu puerta y rapte tus sueños, es fácil, mantenerse
atento y sensible. Complican el horizonte y el día a día, verse hundido y
acabado ante las voces, aquellas voces que te imploran dejar muchas cosas, con
ello tus mejores tiempos, tus sueños, tus recuerdos. Ordenan que despiertes y
te encuentres en el laberinto etéreo de la adultez, el reverdecer de las
responsabilidades donde el instinto protocolar avasalla las mejores fantasías,
y el llanto de cada día casi como un acto religioso dos por la mañana, dos más
y a la cama.
Hoy la perdida
no la sufro, la omito, hoy la perdida no la siento la sangro, hoy la herida
avergüenza con insolencia, con ojos caídos, los míos, los tuyos, los nuestros…
Salgo de mi casa
de muñecas en busca de nuevas aventuras, huelo el plástico y la amargura, por
los caminos encuentro historias que subo a mi hombro, las llevo cada vez más
impregnadas convirtiendo en sacro el lamento ajeno como buen viajero.
Salgo de mi casa
de muñecas, hambrienta de cosas nuevas, siempre encontrando lo mismo: lugares
recónditos, quizás hermosos, quizás temerosos.
Salgo de mi casa
de muñecas y jamás vuelvo a ella.
El exterior me
ha vuelto insensata, poco a poco mi llama culmina en la amargura de un
crepúsculo deseoso y envidioso de la belleza del amanecer, donde los
pensamientos son bellos y claros, donde el odio aun duerme, pues a aquel sol
todos le recibimos de brazos abiertos y con ello la falsa ilusión de un cielo
mejor.
La viuda luna solo acuna amantes destrozados
en su amor flameante.
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