Abrí
los ojos y por la ventana lateral la luz invadía el cuarto, comencé a pestañear
y poco a poco mi pestañeo se volvió protagonista, sentía la brisa y el claustrofóbico
cuarto repentinamente se transformo en un lugar agradable, comencé a tomar cada
vez más conciencia e intente estirar el brazo y acariciar el hombro de Roberto,
luego de unos segundos note que no estaba, y fue ahí y sólo ahí que note lo
sola que me encontraba en ese enorme lugar, la cama de blancas sábanas y mi
pestañeo produciendo una brisa constante.
Intente
recordar que había sucedido la noche anterior, pero sólo conseguí llenar mi mente
de ciertas lagunas, de recuerdos, ciertas visiones, ciertos momentos.
Roberto llevándome,
nosotros brindado ,yo exigiendo más y más wiski, yo descontrolándome, yo
gritando, vueltas, mareo, yo mirando el piso, yo vomitando, Roberto alejándose.
Yo tendida junto a la jardinera de la casa de Sofía
llorando, sintiéndome inepta y aceptando toda la culpa. Ese día por vez primera
en 10 años acepte la verdad, no soy suficiente para Roberto, siempre seré la
otra, siempre encontrara la frase perfecta para hacerme volver, siempre su
caricia alcanzara lo más profundo, siempre será mejor tenerlo junto a mi que
estar sola, siempre las grises mañanas de otoño serán menos frías junto a él. Lo recuerdo cada minuto de mi vaga existencia,
sus horas consumiendo mis años, su boca carcomiendo mi dignidad, y yo sin nada
con el luto encima, porsiacaso sabiendo lo patética que soy, sabiendo que a la
primera o a la última me abandonará.
Ella…
No se como describirla, decir que es perfecta es poco, que su sonrisa inunda
cualquier lugar, y que es tan cálida, tan cercana que abarca todo el espacio
también lo son. Su belleza es utópica y resplandeciente, su sola presencia lo
hace enloquecer…
Su cristalina mirada, su cabellera dorada, su
esbelta silueta, y al mismo tiempo ella cual guitarra destinada a la tonada eterna,
a la nota más perfecta. De sólo observarla mi mundo sangra y comienza a
disgregarse, el oxígeno se agota y desciendo por la caída perpetua sin sonrisas
ni miradas de consuelo, sin un hombro, sin su beso, sin Roberto.
Cada
vez se vuelve más cotidiano, me entra la locura y necesito beber, beber y
beber. Yo encerrada, soy tan cobarde que jamás de nada me desprendería; ni de
él ni de mi propia existencia, yo sólo soy la otra, ese plato de segunda que
mientras haya hambre siempre será bienvenido, pero a la hora en que hablemos de
lujos y cosas excepcionales ni siquiera me encontrare en la mancha más
abandonada de su retina, o su servilleta, soy su comida rápida del día, y ella
aquella cena con la que se deleita sólo cuando la situación lo amerita sin empalagar
su paladar, sin abusar de aquel festín, cual dios controlando aquella asfixiante
ansiedad que lo deja sin límites, aquella que lo emborracha cuando devora un
plato cualquiera, lleno de gula y bestialidad.
Ese hijo de puta lo odio tanto por no amarme,
me odio tanto por amarlo. Odio todo, pero no soy más que una estúpida que aceptara
esto por siempre y por más que llore y beba el día entero siempre el siguiente será
igual al siguiente, y al siguiente, y probablemente al siguiente, estoy más
sola que la propia soledad y aun así no encuentro cojones para dejarlo y buscar…
¿algo mejor quizás?, ¿O peor?, O lo mismo.
Este
pensamiento me dispersa, pero algo me tira, me sujeta a aquel cuarto, tan claro,
tan celestial casi pacífico, donde las noches más revueltas de mi vida han
pasado, su respiración en mi oído, sus manos, esas bellas manos que pueden
secar mis lágrimas y al mismo tiempo estrangular mi espalda, acercarme a él sintiendo
que no hay otro momento, ni un después, ni un mañana.
Pero
si existe, hoy es mi mañana, esto pasa luego de cada noche en que me entrego
sin vacilar, visto perfecta, gimnasio veinticuatro siete, un maquillaje siempre
marcado pero nunca grotesco, permanente por supuesto para que las típicas
lágrimas que dejare caer no lo estropeen, lencería Italiana la más fina y
delicada, todo perfecto para Roberto, mi hombre de dos tiempos…
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