La hojarasca vaga e inunda el vacío, sus pies arrastra, su
alma se encuentra en cada lugar, cada nombre y especificación, curioso como un
lugar alberga tanto dolor, tanta carne, tanta sangre y aun así sus anónimos
visitantes se dispersan sonrientes dentro de la lúgubres permanente que la
tierra emana.
Pide a dios, pide calor, unas gotas de vino humedecen su
boca y su cuerpo yace casi inerte sobre una banca dentro del cementerio, es
difícil discernir si se abandona al dolor o al alcohol, lo cierto es que un
esqueleto se dejo a suerte el 25 de aquel año, ni el administrador, ni las
miradas discriminadoras que levitaban junto a ella día tras día lograron que
alzara la mirada.
Se despertaba los viernes, iba a un bar no muy lejos de Conchalí,
ahí despilfarraba su dinero bebía, pero jamás se iba con nadie, aceptaba
invitaciones pues a pesar de su desdeñoso aspecto era bella como ninguna,
exótica no poseía ninguna característica muy particular, sólo todo en ella era
bello. Adoraba tumbarme en el bar a beber y observar como ella también o hacia,
jamás me habría atrevido a acercarme a ella, ni a tocarla.
Pero su mirada ardía jamás la fijaba era dispersa como sus
pensamientos, ella deseaba a alguien yo lo percibía por la manera en que
observaba todo cuanto la rodeaba. Un día poso sus dos ojos miel en mi lo hiso y
de ahí no los movió, fija observo durante el tiempo en que yo demore en hacer
desaparecer una botella entera, mucho tiempo no fue dado que la ansiedad no me
permite disfrutar del sabor, sólo de la sensación y cuando acaba el dolor, ese
dolor que invade mis entrañas me hace sudar, salivar y vomitar, aquel dolor que
me invade cada mañana y que comienzo a saciar desde el medio día.
Le hice un gesto con mi mano, la invite a un trago, ella
acepto, pálida y silenciosa, no sonreía ni se movía pero yo sabía que ella se
encontraba cómoda con mi compañía, y yo, un viejo haraposo y sucio me
encontraba en el cielo con una chiquilla
así a mi lado.
Sólo me observaba y muy de vez en cuando me sonreía, cuando
lo hacia su nariz y frente se arrugaban dulcemente, todo lo que esa niña hacia
era bello, su silencio precioso pues yo sólo acostumbraba a esas viejas de
cantina que lo único que hacen es embarazarse y chillar.
Alas 3:00 am de ese domingo le dije a la chiquilla que se
fuera a su casa pues yo estaba viejo y debía ir a descansar, ella asintió con
la cabeza y se largo, no me importaba saber su nombre pues sabia que el próximo
viernes la encontraría en el bar, y en la semana ella mantendría ese raro
transe dentro del cementerio.
Eso pensé, esa semana fue terrible, mis dolores se
agudizaron, todo me parecía horrible, me retorcí durante dos días en el piso de
mi choza, cuando al fin el coyote me encontró me tubo que llevar arrastras pues
el muy bruto había perdido su bicicleta hace algún tiempo.
Desperté en la posta, y el tiempo que ahí estuve, solo pensé
en ella sudaba y gritaba no conocía su nombre pero la deseaba no como un animal
desea a su indefensa presa, si no como el deseo que tienen las letras de ser leídas
y ese placer etéreo que experimentan cuando las dejamos protagonizar el relato
que conforman, de esa manera la deseaba, quería tener sus ojos posados sobre
mi, compartir mi botella y que arrugue su nariz, corrí con dificultades pero lo
hice llegue al cementerio y no la encontré, lo recorrí entero tumba tras tumba
y nada ella había desaparecido intente hablar con el administrador pero ese
hombre jamás aceptaría hablar con un vago como yo y pedirle al coyote que lo
hiciera era una idea aún más fantástica pues a ese ni en su casa le dan hora,
ni pan, ni nada.
Ella volverá lo se, han pasado casi tres años y sé que
volverá, solo espero que mi hígado aguante hasta ese minuto para volver a
contemplar sus ojos, sus largos y oscuros cabellos sujetados por un delicado
palillo sobre su nuca, mirar su hermosa espalda que a pesar de que usara anchos
trapos, no conseguía ocultar su esbelta figura, su rostro cansado y pálido un
tanto ojeroso un tanto sufrido, un tanto lloroso, esa figura abandonada era mi
complemento, el vaso faltante.
Te espero incesante y
jamás dejare de hacerlo, no quiero conocer tu nombre, ni saber porque sufres,
solo compartir unos vasos y contemplar tu belleza sobrenatural.
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